15 de mayo de 2012

QUE COSAS TIENE LA VIDA

Vivir es lo más preciado que tiene el ser humano, no cabe duda alguna. A veces es duro, otras no tanto.
Cuándo los  recuerdos de la juventud los ves desde la lejanía del tiempo, cuándo los disparates mayores, las risas mejores, cuándo jugabas con tus hijos y los llevabas a conocer nuestra ciudad, cuándo te metías en líos por querer ser finolis haciendo el tonto en los mejores restaurantes que conocías, esos eran buenos tiempos.
Hacías el ridículo más espantoso con una carcajada. Contaré algunas de mis gilipolleces.
Mi cuñada y yo siempre,en el verano llevábamos a nuestros hijos al parque de atracciones de el Tibidabo, es un lugar precioso de Barcelona, y  como es habitual subíamos a los chicos a las atracciones (que a mí particularmente me aterran) que más les gustaban, uno de esos días tocaba entrar en el castillo encantado. !Valla si estaba encantado¡ el suelo se movía, teníamos  que cruzar toneles que daban  vueltas y más vueltas... Cómo yo soy un poco patosa comencé a girar con el dichoso tonel. mí faldillas me tapaba la cabeza y yo dale que te pego volteando muerta de risa y los chicos asustados diciendo lo que tenía que hacer para ponerme recta.
Cómico, la verdad era cómo las historietas de los chistes, pero reales. Qué divertido, los chicos deseaban el buen tiempo para sus aventuras y las de sus madres.
Ya os digo que tan finas queríamos ser (sobre todo yo), que cuando abrieron El Corte Inglés de Diagonal los llevamos a comer (una aclaración, mí marido era uno de los mejores comerciales que tenía su empresa y tenía muy buena relación con la dirección de aquellas fechas) y se me ocurrió pedir un postre de los qué mi esposo me comentaba. Crema catalana: hoy muy habitual en la gastronomía de nuestro país,- en los setenta solo para algunos- el camarero que era nuevo en esas lides me  preguntaba que como era, yo tan finolis respondía que se parecía al flan -no tenía ni idea de lo que era ni lo había visto nunca- insistía una y otra vez. Mira por donde mi hijo le soltó - si no le trae éso a mí mamá se lo dirá al director que es amigo de mi padre-!tierra tragamé¡ pensé.
El camarero muy amable me trae unas natillas, el hombre preguntaba una y otra vez si eran de mi agrado.
Mí cuñada y yo nos petábamos a reír cada vez que el hombre muy atento se acercaba para saber si deseábamos algo más, nos preguntábamos ¿como sería aquel postre que nadíe conocía ecepto unos pocos?
Hoy sé hacerlo, a todos nos gusta un montón,  recordamos los tiempos de nuestra juventud.

Cati